lunes, 25 de julio de 2011

Un trozo de pregón

Tú lo sabes, Tarifa, y lo recordé al comienzo. Este pregonero, que aunque esté aquí ahora, digamos, oficialmente, siempre lo ha sido tuyo. Se fue hace años no para dejarte, sino para entrelazar almenas de castillo que otean mares por azucenas de Giralda que tienen puesta su vista en los cielos. Unos amigos, cofrades sevillanos, que dedican trescientos cincuenta y ocho días del año para vivir la Semana Santa y siete para gozarla, me llevaron un día a esa segunda catedral hispalense que es la iglesia de El Salvador. En la cabecera, al fondo, a la derecha del retablo mayor, que es una de las obras monumentales del barroco sevillano, me mostraron a un Crucificado de nariz aguileña, de párpados abultados y ojos a medio cerrar; cabeza ya caida, cuerpo flácido, relajado en su cruz. Era, en toda su acabada agonía el Cristo del Amor.

Algunos, con una mirada me insinuó una pregunta y yo le contesté, sin dejar de mirar a tanta perfección hecha de un Cristo muerto:
- Es Amor... y Consuelo

Porque en aquellos instantes recordé a ese Cristo que cada Miércoles Santo asoma por la entrañable puerta de San Francisco y da su paseo por su barrio de la Trinidad, dando consuelo al que lo pide y salpicando con su sangre, dándoles color, a los geranios, a los claveles y a la florecilla que se asoma desde un balcón.

Desde que nació mi primer hijo, que fue un Domingo de Ramos, recorro calles de Sevilla año tras año, con mi negra túnica de ruán, y al acompañar a ese Cristo que destila Amor, voy también acompañando al que derrocha Consuelo. Y me parece andar por Santísima Trinidad, para subir la leve cuestecilla que llega al Castillo y seguir hasta esa plazoleta donde yergue, un poco tímida, una fuente que simula un as de copas. En mi cavilar voy uniendo Amor y Consuelo. Consuelo y Amor. A una cruz erguida, una cabeza quebrada, unos pies prendidos, un torso amoratado y dos brazos que se extienden: uno dando su Consuelo, el otro cediendo su Amor.

Y me voy acordando de aquella primera salida, allá por 1945, cuando ya organizada la Cofradía, cuando todo estaba a punto, desde la Cruz de Guía al último monaguillo, rezadas las preces de rigor por el bueno del padre Font, el Hermano Mayor, Paco Terán, dando unas zancadas y arremangándose su túnica subió al púlpito. Tras recomendarnos y pedirnos fervor, humildad y orden, cuando ya bajaba, se volvió precipitadamente y levantando un brazo, nos gritó: ¡Ah! y como yo vea a alguno que se mueva, le arranco el capirote de cuajo.

Este año el Cristo del Consuelo, cuando vaya a enfilar la calle que antes se llamaba de Privilegios, cuando parezca que sus dedos anquilosados quieran agarrar el hierro de un farol, o casi roce su cruz a esa pared que rezuma la nieve caliente de Andalucía, que es la cal, no se oirá la voz de su capataz. No quebrará el silencio el "esa derecha alante" o "esa izquierda atrás" de Juan Rondón, capataz que fue de El, porque lo quiso y por la gracia de su Cristo.

Juan Rondón, capataz del "Consuelo" se nos fue no hace mucho; pero fue a unirse a otro Juan, Juan Peralta, que fue capataz del "Nazareno". Y los dos estarán llenos de gozo, porque, en una buena disputa de buenos amigos tarifeños pretenderán, por ahí arriba, a ver quien lleva mejor a su "Cristo del Campo" o a su "Cristo del Mar", sorteando esquinas de nubes, balcones de celajes y faroles de estrellas.
Y el Consuelo seguirá consolando desde su cruz, con su cabeza caida hacia el montecillo de linos; y escuchará el corazón que se desahoga:

Como me alivia tu Cruz,
como me calman tus clavos,
como me seda, Señor,
tu voz que tronó hacia el cielo.
Como tu inerte cabeza
mitigas, Jesús, mi anhelo
de sueños, de vanidades,
de locura y desvelos.
Ahí, frío en el madero,
en penas y devaneos,
como me alivias, Señor,
¡Cristo mío del Consuelo!


Andrés Luis Terán Gil

Fragmento del Pregón de la Semana Santa de Tarifa del año 1986.


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